El pasado 17 de octubre, el Embajador Javier Rupérez, Chairman de The Hispanic Council en Estados Unidos, publicó en el diario Expansión la tribuna «Hispanounidenses» donde analiza el papel de España en el desarrollo y futuro de la comunidad hispana de Estados Unidos.

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A continuación reproducimos la tribuna publicada:

La reciente canonización de Fray Junípero Serra, oficiada por el Papa Francisco en la Basílica de la Inmaculada Concepción de Washington DC hace pocos días, no solo evoca con fuerza la aportación evangelizadora y civilizadora del franciscano mallorquín y de sus compañeros de fatigas sino también el momento y el lugar en los que se desarrolló su admirable tarea. Ya no eran sus tiempos los de la gloria imperial del XVI o los de los gloriosos Cortés o Pizarro, sino los menos visibles del bien entrado XVIII, testigo del ya cansino caminar del ocaso español. Y los lugares de su periplo no se encontraban en los cauces del Amazonas o del Orinoco, a la búsqueda de míticos tesoros, sino en los desolados parajes en el extremo Noroeste del Imperio, de los que poco tangible cabía obtener. Pero allí, en el Camino Real que el ahora Santo jalonó con lugares de culto y acogida denominados con la nomenclatura que bien a las claras dejaba noticia de su origen, desde San Diego a San Francisco, pasando por Los Ángeles o Carmelo, depositaba huella gráfica de una poderosa realidad: desde el Pacífico hasta el Atlántico, desde el Golfo de Méjico hasta las Montañas Rocosas, España había llegado a recorrer y a ocupar la mayor parte del territorio de lo que hoy conocemos como los Estados Unidos de América. Esa presencia hispana es parte integrante de la historia y de la realidad del país desde el mismo momento de su creación, por más que los peregrinos sajones y sus descendientes hicieran todo lo posible para reclamarlas en exclusiva. Para quien lo dude basta con recomendar la lectura del reciente y excelente “Nuestra América” de Felipe Fernández Armesto o la de la ingente obra de uno de los grandes de la historiografía hispana en los USA, Herbert Eugene Bolton, sistemático y exhaustivo explorador de lo que el mismo calificó como “The Hispanic Borderlands”.

España tiene una cita pendiente con esa permanente y cada vez más pujante realidad hispanounidense. Pareciera como si las recientes olas migratorias de las últimas décadas hubieran dado nacimiento a una comunidad otrora inexistente, pero basta frecuentar Nuevo Méjico para recibir de los locales su emocionada voluntad de reclamación española, que asocian al hecho de que aún ahora el territorio haya estado bajo jurisdicción hispana más tiempo de lo que ha conocido bajo Méjico o bajo los Estados Unidos para comprobar la longitud del sentimiento. Y parecidas evocaciones son las que esperan al viajero curioso, o al emprendedor hombre de negocios, o al artista imaginativo, o al reportero de uso y costumbres en California, y en Texas, y en Nevada, y en Florida, y en Luisiana, y en Missouri, o incluso en sitios tan al Este como Nueva York o Massachusetts, tradicionalmente tenidos por pristinos hogares de lo anglo.

Naturalmente no se trata, como algunos erróneamente mantienen, de proceder a la apropiación de lo hispano, como si de un legado exclusivo se tratara, ni consecuentemente de ignorar la evidente diversidad de una ciudadanía que proviene ahora de naciones diversas y cultiva sensibilidades varias. El reto y el éxito para la España contemporánea estará en calcular exactamente la aproximación a gentes y cosas a las que nos acerca un tronco común y en el que, como uno más, podemos participar en la comunidad de intereses, culturas, lenguas y referencias. No es El Dorado lo que nos espera pero si una pujante realidad que ha sabido convertir su presencia histórica en rotunda realidad contemporánea en la economía, la sociedad, la cultura y ahora también en la política

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. Puede no estar lejano el momento en que un hispanounidense llegue a ocupar la primera magistratura ejecutiva del país. Nada mejor refleja la senda ascendente de una comunidad que ha sabido unir al sacrificio y la disciplina la mejor capacidad de ardorosa creatividad en un espacio que siempre fue en parte suyo y que hoy lo recupera con plenitud en el conjunto del crisol que caracteriza y engrandece a la gran nación americana.

Lo hispanounidense no debe convertirse para España en parte separada del todo sino en vehículo de comunicación para mejor canalizar nuestras relaciones con el conjunto del país en que viven. Cierto es: hemos llegado a tiempo para contemplar como la fuerza de la comunidad hispana convertía el bilingüismo en un dato innegable de la cotidianeidad nacional. Ninguna de las demás comunidades migrantes lo había hasta ahora conseguido. No debemos caer en la tentación de considerarlo como éxito propio ni utilizarlo para otra cosa que no sea el estrechamiento de las relaciones en todos los órdenes con el país al que los hispanounidenses han dado y siguen dando todo lo que saben y pueden, y del que son orgullosos ciudadanos, los Estados Unidos de América. Que siempre han honrado la suprema máxima:”E Pluribus Unum”. En la circunstancia, de buen orden seria suplicar a San Junípero Serra ayuda en el empeño.