En el año 1700, Felipe de Borbón, duque de Anjou, accedió al trono de España como Felipe V. El último monarca de la casa de Austria, Carlos II, murió sin descendencia y fue Felipe V, como bisnieto de Felipe IV, quien heredó el trono. Sin embargo, la muerte de Carlos II fue la causa de la guerra de sucesión española (1701-1713), que enfrentó a los partidarios de Felipe V contra los defensores del archiduque Carlos de Austria, bisnieto de Felipe III.
La guerra entre borbónicos y austracistas se prolongó hasta la firma del Tratado de Utrecht en 1713. Entre otras muchas consecuencias, la guerra de sucesión supuso la llegada de los borbones a la monarquía española.
Felipe V fue el primer rey borbón en España y su reinado se prolongó durante casi toda la primera mitad del siglo XVIII (1700-1746). Se produjo una breve interrupción en 1724, año en el que su hijo, Luis I, asumió el trono durante 229 días. Felipe V retomó el trono ese mismo año, tras la temprana e inesperada muerte de Luis I a los 17 años.
Durante el reinado de Felipe V asumieron el cargo de virrey de Nueva España hasta nueve personas diferentes:
José Sarmiento Valladares (virrey entre 1696 y 1701) fue el último virrey de Nueva España de la casa de Austria. Le sucedió en el virreinato Juan de Ortega Montañés, que había ocupado el cargo anteriormente en 1696. Su segundo mandato (1701-1702) estuvo condicionado por el mantenimiento de los presidios del norte y el refuerzo defensivo de los puertos atacados por holandeses y británicos.
Francisco Fernández de la Cueva (virrey entre 1702 y 1710) fue el primer virrey nombrado por Felipe V, ya que Montañés ocupó el cargo de forma interina. Fernández de la Cueva tenía como objetivo principal recaudar y enviar dinero a España para sufragar los gastos de la guerra de sucesión española. Su lealtad a Felipe V fue incuestionable. Confiscó todo tipo de bienes, tierras y activos de holandeses y británicos para ponerlo a disposición de la corona. Por sus servicios, Fernández de la Cueva fue el primer virrey en recibir el collar de la Orden del Toisón de Oro.
En 1710 cedió el cargo a Fernando de Alencastre Noroña y Silva (1711-1716). Igual que su predecesor, tenía órdenes de enviar dinero de vuelta a España para costear las contiendas bélicas de la corona. También debía mandar plantas, especias, animales y minerales para profundizar los conocimientos físicos y científicos.
Pero, además, tenía la tarea de establecer una ruta comercial regular entre Nueva España y Perú. Especial atención le merecieron Tabasco y la Laguna de Términos, donde estaban presentes los enemigos ingleses, especializados en saquear embarcaciones comerciales españolas.
Su legado permanece en Linares, la actual ciudad mexicana que fundó como una colonia de Nuevo León.
En 1716 le sucedió en el virreinato Baltasar de Zúñiga y Guzmán, quien heredó el desafío de acabar con el contrabando británico y consiguió echar a los ingleses de la Laguna de Términos. Su gobierno estuvo marcado, por un lado, por la expansión española a lo largo y ancho de Texas. Y, por otro lado, por las consecuencias de la guerra entre españoles y franceses contra británicos en Europa.
En 1722 cedió el testigo a Juan Vázquez de Acuña y Bejarano, que, con 63 años, ocuparía el cargo de virrey hasta su fallecimiento, en 1734. Su gobierno, con 12 años para impulsar políticas, siguió la línea del reformismo borbónico y se consagró como uno de los periodos más progresistas que se recuerdan en el virreinato de Nueva España. Reorganizó la administración, invirtió en obra pública y recaudó cerca de ocho millones de pesos que sirvieron para sufragar los gastos en España.
Tras su muerte en marzo de 1734, el puesto pasó a las manos de Juan Antonio Vizarrón y Eguiarreta, que lo conservó hasta 1740. Su gobierno estuvo plagado de desafíos. El desorden público hacía mella en algunas zonas del territorio y consiguió paliarlo gracias a un acuerdo con los cabecillas. En 1735 se inundó San Agustín, en la Florida. Pero la gran tragedia con la que tuvo que lidiar fue la epidemia de “matlazahuatl”, que, entre 1736 y 1739, recrudeció. Se estima que fallecieron hasta dos tercios de la población india en zonas rurales y 40.000 personas solo en México.
A través de una misiva al rey Felipe V, Vizarrón solicitó el relevo en el virreinato de Nueva España: “Sáqueme V.S., por Dios, deste continuo batallar con la sinrazón”. Para su desgracia, su sucesor llegó en 1740 y falleció al año siguiente, apareciendo su nombre de nuevo en el “pliego de mortaja” (tradición borbónica: los virreyes seleccionados portaban consigo un pliego sellado en el que figuraba una terna, elaborada por el Rey, para su relevo en caso de muerte o incapacidad).
Vizarrón esquivó asumir el virreinato en segundo término, así que el último virrey de Nueva España durante el reinado de Felipe V fue el conde de Fuenclara, Pedro de Cebrián y Agustín (de 1741 a 1746). Llegó en 1742, en un momento de máxima fragilidad en la relación de los españoles con los británicos, que entre 1740 y 1748 se enfrentaron en la guerra de sucesión austriaca. El coste para financiar el esfuerzo militar español en el Mediterráneo era cuantioso.
El conde intentó armonizar los intereses comerciales de españoles y mexicanos. Pero de donde más dinero extrajo fue de la ampliación de las excavaciones en yacimientos mineros: en cuatro años sacó plata por valor de más de cinco millones de marcos. Su política de gasto público no agradó en España, desde donde no entendían por qué no llegaba más dinero de Nueva España. Un par de motines fueron sonados durante su gobierno: uno, por un malentendido religioso, y otro, por la donación semanal a la Corona que se impuso en algunas zonas a los habitantes.
En julio de 1746, coincidiendo con la muerte de Felipe V, el conde de Fuenclara fue sucedido en el cargo. Fernando VI asumió la Corona de España y Juan Francisco de Güemes, el virreinato de Nueva España. Un territorio que durante la primera mitad del siglo XVIII había sufrido los estragos económicos de las aventuras bélicas de España en Europa y había intentado sobrevivir recaudando dinero y apaciguando las revueltas locales que dificultaban la administración.