España, que había sido un apoyo fundamental para la independencia de las 13 colonias y la consolidación de Estados Unidos como país soberano e independiente, a finales del siglo XIX se convirtió en el principal enemigo del país norteamericano.

A comienzos del siglo XIX, la política expansiva de Estados Unidos había tensionado su relación con España por la zona del Mississippi y el

Por aquel entonces, el movimiento independista cubano estaba en auge y en 1895 alcanzó su máximo apogeo, con un levantamiento militar frente a España. Un conflicto que Estados Unidos aprovechó para preparar la receta que serviría como excusa para atacar a España.

El sentimiento antiespañol no era fortuito. El liberalismo y las ideas ilustradas que encontraron terreno fértil en Estados Unidos impregnaron en la opinión pública un aire antiimperialista y favorable a los procesos independistas de las repúblicas del sur.

Los dueños de las grandes cabeceras sabían que controlar la información significaba, con carácter general, marcar el discurso, la agenda política y las reflexiones de la población. Dos nombres jugaron un papel indispensable en la guerra de 1898 a favor de Estados Unidos y en contra de España: William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer.

Su labor propagandística encubrió el casus belli que buscaba Estados Unidos para entrar en guerra. Ha sido habitual en la historia de Estados Unidos buscar siempre una razón real o ficticia por la que no quedase otra opción más que declarar la guerra al enemigo. En el caso de España en 1898, el bulo giró en torno al hundimiento del acorazado Maine. Consiguieron hacer creer que los españoles estaban detrás del hundimiento del buque y esto fue suficiente para que los estadounidenses pidieran a gritos la guerra contra España. Académicos, políticos y prescriptores estadounidenses nutrieron la Leyenda Negra sobre España que, sin duda, condicionó las relaciones bilaterales en las décadas siguientes.

Entre los meses de abril y agosto de 1898 tuvo lugar una guerra que obligó a España a desprenderse de la mayoría de sus últimos territorios de ultramar. El Tratado de París del 10 de diciembre de 1898 puso fin al conflicto. Por medio de este acuerdo, España aceptó la independencia de Cuba, que se concretó en 1902. Y, además, cedió a Estados Unidos los territorios de Filipinas, Guam y Puerto Rico.

Las consecuencias de esta guerra trascendieron el ámbito territorial

Entre la famosa Generación del 98, conocida por aunar culturalmente a personajes españoles condicionados moral, espiritual, social y políticamente por la situación circunstancial de una España en crisis que tenía ante sí el fin de un imperio, surgió una corriente antiamericana que condicionó también las relaciones con Estados Unidos.

El reinado de Alfonso XIII, no obstante, logró dejar atrás los resentimientos y apostar por el pragmatismo. Tras de sí dejó tres acuerdos comerciales con Estados Unidos que, en términos económicos, fueron muy positivos para una España que vería desde la neutralidad cómo el orden mundial saltaba por los aires al comienzo de la Primera Guerra Mundial.

A pesar de que las relaciones bilaterales alcanzaron otro cariz durante la segunda mitad del siglo XX y, sobre todo, tras la Transición española, lo cierto es que el sentimiento revisionista contra el legado hispano en Estados Unidos encuentra raíces también en la guerra de 1898.