La presencia española en Estados Unidos, como es bien sabido, no se redujo a un ánimo descubridor exclusivamente. De hecho, desde un primer momento, el espíritu evangelizador inspiró las empresas españolas de ultramar.
Para la Corona española, las misiones alcanzaron el estatus de obligación, pues consideraban imprescindible llevar el cristianismo a esas poblaciones desconocidas que, por razones evidentes, no habían entrado en contacto con el mensaje de la Iglesia, pues nadie sabía de su existencia hasta entonces.
Las primeras misiones españolas en Norteamérica corrieron a cuenta de los jesuitas, que, entre los años 1565 y 1572, escogieron los actuales estados de Georgia y Florida como su área principal de evangelización. Posteriormente, la labor misionera recaería también en los franciscanos.
Con el paso del tiempo y el descubrimiento de territorios ignotos, las misiones fueron extendiéndose por toda la zona sur de Norteamérica. De la zona oriental, las misiones irían extendiéndose y consolidando una red misionera extensa hacia el oeste, en los actuales estados de Nuevo México, Arizona, Texas o California, desde finales del siglo XVI y durante todo el siglo XVII y XVIII.
La misión era un pilar esencial de la política española en América del Norte. La transmisión del mensaje a las poblaciones indígenas fue fundamental, además de la defensa y la creación de instituciones que permitieran la convivencia social. Por ello, a la estrategia defensiva, centrada en la construcción de infraestructura tipo presidio, se unía un plan civilizatorio que descansaba en un proyecto doble: la creación de ciudades y villas donde concentrar el poder político y la vida social, y la organización de misiones para la difusión del cristianismo.
Los numerosos intentos por trazar con exactitud el número de misiones creadas en el territorio actual de Estados Unidos no han arrojado una cifra exacta. Sin embargo, se puede hablar de más de 200 misiones en suelo norteamericano. Esto esr, sin contar toda la presencia en la zona sur del continente.
El territorio que se conocería como La Florida fue en el que se concentraron el grueso de las misiones españolas en Norteamérica. Entre los actuales estados de Florida, Georgia, Carolina del Norte y del Sur y Virginia se contaron más de un centenar de misiones. El resto se repartieron en la zona suroeste del territorio.
En La Florida, las misiones se organizaron en cuatro provincias: Apalachee, Guale, Mocama y Timucua. En Nuevo México, donde Juan de Oñate fundó el primer asentamiento a finales del siglo XVI, los franciscanos que acompañaron su expedición tejieron una sólida red de misiones a lo largo de todo el territorio.
Desde Nuevo México, los españoles pusieron rumbo a Arizona, un poco más al norte de Nueva España, y fundaron a su paso las primeras misiones. La figura que más ha trascendido entre los documentos históricos de la época y las posteriores investigaciones ha sido la de Eusebio Kino. A él se atribuyen cerca de 20 misiones extendidas entre el sur de Arizona, Sonora y la Pimería Alta. A Texas, la labor misionera no llegarían hasta finales del siglo XVII, pero el éxito de algunas de ellas les ha valido el reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Entre ellas, se encuentran Nuestra Señora de la Purísima Concepción de Acuña, la de San Miguel de Linares de los Adaes, la de San Antonio de Valero y la de San José y San Miguel de Aguayo.
En California, la expedición principal fue encabezada por Gaspar de Portolá a finales de 1760. Entre los misioneros más destacados estuvo el franciscano Junípero Serra, que fundó la misión de San Diego, punto inicial del Camino Real de California.
La presencia misionera fue crucial en la vertebración del proyecto español en Norteamérica. Más de 200 misiones en más de dos siglos que demostraron que las intenciones españolas en los territorios de ultramar iban más allá del mero dominio territorial.