Tribuna de Daniel Ureña, Director de The Hispanic Council, publicada en La Razón el 12 de septiembre de 2014 .
Con la máxima expectación, el presidente Barack Obama afrontaba su discurso más esperado en los últimos meses. En una intervención de 14 minutos en horario de máxima audiencia, Obama expuso los ejes centrales de la estrategia que Estados Unidos pondrá en marcha para luchar contra la amenaza del terrorismo islámico, un fenómeno que desgraciadamente no es nuevo.
En las últimas décadas, el fundamentalismo islámico se ha cobrado una larga lista de víctimas en Occidente. El 11 de septiembre de 2001, con los ataques en Nueva York y Washington, D.C., el terrorismo islamista mostró toda su crueldad en el centro neurálgico de Estados Unidos. Tres años después, nuestro país sufría en Madrid los brutales atentados del 11-M y en 2005, Londres fue el escenario de la barbarie. Éstos son sólo algunos capítulos que recordamos por la cercanía de estos países, pero la lista de ataques, atentados y muertes es interminable. Y puede volver a repetirse.
El yihadismo ha declarado la guerra a Occidente, pero aquí muchos parecen no darse cuenta o prefieren no hacerlo, pero lamentablemente estamos ante una amenaza real y palpable contra nuestra forma de vida y nuestra cultura. Por ello, al igual que en otros momentos complejos de la Historia, Estados Unidos ha de liderar la respuesta coordinada y global de los países occidentales frente al terror islamista.
El presidente Obama dejó claro en su discurso que «no le temblará el pulso para acabar con el Estado Islámico» y pidió apoyo y comprensión al Congreso y a los ciudadanos del país, al mismo tiempo que solicitó la colaboración del resto de naciones: «Nos enfrentaremos con fortaleza y decisión y tomaremos la responsabilidad de liderar una ofensiva contra el yihadismo, pero no podemos hacerlo solos, no podemos hacer por los iraquíes lo que ellos deben hacer por sí mismos».
La estrategia militar presentada es la esperada. Nadie auguraba un envío de tropas masivo y el comienzo de una guerra como las anteriores. Obama se mostró firme en diferenciar este conflicto con los vividos en Irak o Afganistán en la última década y centrará su estrategia en el aumento de la presencia militar en la zona, pero sin misión de combate, ofreciendo apoyo tanto militar y de inteligencia, como sanitario y humanitario; en intensificar los ataques aéreos, trabajando en colaboración con el Gobierno iraquí, y en redoblar los esfuerzos para detener el flujo de combatientes extranjeros que suponen una amenaza directa contra los países de Occidente. Todo ello, en colaboración con otros países occidentales que son conscientes de que nuestra libertad y nuestra seguridad se defienden tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
El tiempo nos dirá si esta estrategia es la acertada o no, y esperemos que sí lo sea, ya que lo que está en juego es una guerra no buscada por Occidente, pero una guerra en la que no cabe otra opción que combatir y ganar.