Richard L. Kagan es catedrático emérito de Historia de la Universidad John Hopkins, donde impartió clases desde 1972 hasta su retiro de la enseñanza a tiempo completo, en 2013. Es licenciado en Historia por la Universidad de Columbia (BA. 1965) y doctorado por la Universidad de Cambridge (Ph.D., 1968). Además, forma parte del Consejo Editorial de The Hispanic Council y es miembro de la American Philosophical Society, académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y comendador de la Orden de Isabel la Católica.
Kagan está especializado en la Historia de España y su imperio, junto con las culturas y sociedades del mundo mediterráneo en general. La cartografía, el arte y la arquitectura española son otros de sus temas de interés, así como la historia del coleccionismo y las relaciones culturales entre España y la América española y los Estados Unidos.
Recientemente, se ha traducido y publicado en España su último libro, bajo el título El embrujo de España. La cultura norteamericana y el mundo hispánico, 1779-1939, que fue presentado el 20 de octubre en Madrid.
Desde la última entrevista que le hicimos, parece que el rechazo a la herencia hispana de Estados Unidos se haya incrementado, acusando a los monumentos españoles de ser un símbolo del racismo y la deshumanización. ¿Podríamos estar presenciando un resurgir de la “Leyenda Negra”?
Tal y como escribí en el epílogo de El embrujo de España, no estoy convencido de que los ataques a las estatuas de Juan de Oñate y Fray Junípero Serra (por citar dos ejemplos) estuvieran motivados por el antiespañolismo, y mucho menos por la Leyenda Negra. Como los ataques fueron encabezados por activistas nativos americanos, creo que fueron agresiones contra la blancura en general -esto es, la expropiación de las tierras nativas y la destrucción de las culturas indígenas por parte de los europeos-. En este sentido, los activistas expresaban sentimientos antiimperialistas, en contraposición a los estrictamente antiespañoles. Hay que recordar también que las estatuas, especialmente la de Oñate en Albuquerque, tenían sus defensores entre los miembros de la comunidad hispana de la región, sobre todo aquellos para los que los conquistadores, sean cuales sean sus fallos y defectos -y Oñate tenía muchos-, constituyen símbolos de identidad, en el sentido de la llegada de sus antepasados a suelo americano.
Su libro habla de un boom de la fascinación por la cultura española debido al romanticismo que esta generaba y al impulso cultural de los artistas españoles de la época. ¿Cree que esa explosión de interés se podría repetir actualmente? Y, si es así, ¿cómo debería impulsarse?
Esta pregunta me resulta difícil de responder, ya que mi conocimiento sobre tendencias artísticas y culturales actuales, tanto en España como en Estados Unidos, se limita principalmente a lo que leo en los periódicos -recuerden que soy historiador, no crítico de las tendencias actuales-. Lo que sí sé es que las exposiciones dedicadas a diferentes aspectos del arte español en Estados Unidos generan una atención considerable, no solo entre los hispanos, sino también entre otros sectores de la población. Además, en las últimas décadas, los estadounidenses parecen ser cada vez más conscientes de las raíces españolas de su país, especialmente de hasta qué punto la lengua, la arquitectura, la cultura y las tradiciones españolas son tan americanas como las procedentes de Gran Bretaña. En cierta medida, creo que mi libro El embrujo de España ha contribuido a esta toma de conciencia, pero no quiero exagerar ni su influencia ni su importancia.
Podemos afirmar que el establecimiento de nuevas ciudades o misiones era un proceso complicado, en el que muchos exploradores, como Hernando de Soto, perdieron hasta la vida. ¿Qué cree que les motivó a explorar lo desconocido a pesar del peligro?
Aunque se pueden encontrar precedentes del Imperio Romano, el establecimiento de ciudades fue una forma particularmente española de tomar posesión, afirmar el control y llevar la civilización como ellos la entendían al Nuevo Mundo. El comienzo del imperio de España surgió a partir de la fundación de Santo Domingo en 1501 y fue un imperio de ciudades, en el que cada una servía de núcleo para el gobierno y el comercio en una amplia zona circundante. En cuanto a los vecinos originales de estas nuevas ciudades, sus motivaciones eran variadas: había clérigos que buscaban adeptos y militares en busca de fama y fortuna, mientras que otros se arriesgaban a los peligros de atravesar el océano y de una vida en tierra todavía hostil y prohibida.
Pienso, por ejemplo, en las preocupaciones de Fray Toribio de Benavente, conocido como Motolinia, ante los posibles ataques nocturnos de los miles de indígenas que habitaban las afueras de Puebla en la Nueva España durante la década de 1839. En muchos casos, probablemente la mayoría, las recompensas esperadas no llegaron, pero para muchos conquistadores esas recompensas valieron la pena.
Pero hay que recordar que, desde el principio, estos pueblos dependían de una población mucho mayor de nativos, cuya mano de obra y tradiciones alimentarias necesitaban los nuevos pobladores para sobrevivir.
Ahora que su libro se ha publicado en España, ¿espera que su ensayo anime a los propios españoles a comprender mejor la herencia que dejaron sus antepasados en EEUU? ¿Cree que impulsará a sus lectores a defenderlo frente a esta nueva ola de desprestigio?
No estoy en condiciones, por supuesto, de juzgar cómo reaccionarán o no los españoles ante mi libro. Creo que mi libro ha demostrado que la Leyenda Negra no era ni mucho menos tan persuasiva ni tan abarcadora como sugieren erróneamente, en mi opinión, varias obras recientes sobre el tema. No dudo ni por un momento de la existencia de una larga tradición de actitudes negativas hacia la cultura española en la cultura angloamericana, pero creo que mi escrito ha demostrado hasta qué punto esa tradición tuvo que enfrentarse y ceder el terreno a otras actitudes más positivas -algunas vinculadas a la visión romántica de la soleada España que del escritor Washington Irving, otras emanadas de la visión de una España heroica capaz de grandes y dignas hazañas-. Fue esa mezcla, de la España soleada con la España robusta (a la que catalogo como «brava» o «bravia» en El embrujo de España) la que contribuyó directamente a la locura de la que trata el libro. La España de Franco hizo mucho para revivir la Leyenda Negra, pero a partir del restablecimiento de la democracia en la década de 1970, esa Leyenda volvió a perder la mayor parte de su potencia. Al menos, en los EE.UU. no es especialmente relevante para que la gente conozca España y su cultura. Esto, por supuesto, no es una excusa para las muchas crueldades asociadas a la forma en la que el conquistador y otros españoles trataron a los pueblos nativos -estas eran reales-, pero hoy en día, al menos, nos damos cuenta de que otros colonos -ingleses, franceses, portugueses, etc.- trataron a los nativos igual de mal o incluso peor. Podría afirmar que fue mucho peor el tratamiento que le dieron a los esclavos africanos que trabajaban en las plantaciones.
Dado que en la última entrevista le preguntamos por un episodio histórico de relevancia, si tuviera que elegir un personaje español olvidado que represente la relación histórica entre España y EEUU, ¿con quién se quedaría?
Mi «olvidado» favorito es Luis de Onís (1769-1827), el ministro español plenipotenciario (una especie de embajador) que, junto con John Quincy Adams, negoció el Tratado Adams-Onís, también conocido como Transcontinental, de 1819 y la venta de la Florida Oriental y Occidental a los Estados Unidos.
Antes de empezar a trabajar en El embrujo de España, no sabía absolutamente nada sobre Onís. Afortunadamente, pronto me encontré con un libro de Ángel de Río en el que se había publicado parte de su correspondencia, incluidas las cartas escritas durante la estancia de Onís en Washington, aproximadamente entre 1809 y 1819, que me ofrecieron nuevas perspectivas sobre la imagen de España en los Estados Unidos a principios del siglo XIX, así como sobre las considerables habilidades diplomáticas de Onís.
Posteriormente, descubrí varios de los tratados que Onís escribió sobre los Estados Unidos y lo mucho que sabía sobre su cultura, economía y sociedad de aquella época. Onís no fue un observador de la escena americana tan astuto como Tocqueville, que visitó el país durante la década de 1830, pero sus tratados merecen ser mucho más conocidos, tanto en España como en Estados Unidos.
Lamentablemente, el extenso capítulo en el que Onís aparece en la edición original de El embrujo de España no llegó a traducirse a la versión en español, así que me temo que quien quiera saber más sobre él tendrá que consultar el original en inglés.