Por JAVIER RUPÉREZ

Seguramente inspirado por los efluvios «supremacistas» del ya defenestrado estratega de la Casa Blanca Steve Bannon, y dejándose llevar por sus propias inclinaciones, Donald Trump ha venido dando alas a las reivindicaciones racistas blancas de la marginalidad post confederada a la que ciertamente debe parte de sus votos. Tantas que los nuevos detentadores de los paseos nocturnos a la luz de las antorchas y bajo las banderolas con la cruz gamada se creyeron autorizados a mostrar su recuperada visibilidad en Charlottesville, en el Estado de Virginia, en el campus de la Universidad que había fundado Thomas Jefferson. En la confusión subsiguiente, y en los enfrentamientos surgidos entre los neohitlerianos y sus oponentes “antifa(scistas)”, que tienen a gala ocultar sus rostros bajo la negra veladura de la anónima pañoleta, murió atropellada por un jovenzuelo “neo” una militante unionista. La secuencia inmediata de acontecimientos  ha encontrado su cauce más espectacular en la furia iconoclasta desatada por los de la pañoleta obscura contra los monumentos y estatuas que en no pocas localidades de los Estados Unidos rememoran a ciertos personajes de la derrotada Confederación en la Guerra Civil de los 1860 y en particular de su líder militar, el general Robert Lee.

Pero pareciera como si en la onda de Lee y sus entusiasmos pro esclavistas los del antifaz pretenden ampliar el ámbito de su animosa corrección política e iconoclasta contra Cristóbal Colon, al que equiparan, sin mas intermediarios, con otros aniquiladores de razas y especies. Una estatua del almirante de Castilla situada en el Central Park neoyorkino ha amanecido hace pocos días con las manos pintadas de rojo. Y el alcalde de Los Ángeles, en unas declaraciones a las que le falta en profundidad histórica lo que les sobra en imbecilidad, ha osado poner en duda la misión descubridora y colonizadora que el de Génova inició al servicio de los Reyes Católicos de España.

Quizás fuera este el momento en recordar a todos los que disparan contra el Almirante las tristes realidades del país desde el que lo hacen, en el que hoy malviven los restos de la población indígena originaria que, esa sí, fue sistemáticamente exterminada por los orgullosos colonizadores blancos que desde el Este hasta el Oeste del país creyeron que su misión civilizadora era no dejar huella de los que despectivamente calificaron como “pieles rojas”. Y si los tales tuvieran un momento para contemplar las caras de todos aquellos que en los países hispanos del continente han dirigido sus destinos desde principios del siglo XIX podrían comprobar los variados pigmentos epidérmicos de que han hecho justamente gala. No parece que Cristóbal Colon y los que le siguieron tuvieran como programa la uniformidad racial. Y si de recuentos cromáticos se trata, tampoco estaría de más recordar que los Estados Unidos de América han necesitado más de 250 años desde su independencia para contar entre sus Presidentes al primero cuya faz tenía tintes distintos al de la blancura caucásica.

España celebra la gesta de Colon, de sus acompañantes, de sus seguidores y de toda la misión colonizadora española en su fiesta nacional, no por casualidad situada en el 12 de Octubre, el día en que América fue descubierta. Los que ahora insultan a Colon ofenden gravemente la dignidad del país bajo cuya bandera realizó la gesta. Convendría que el Gobierno español lo tuviera en cuenta para, por los procedimientos habituales, hacer valer nuestra protesta ante los responsables de los posibles desafueros antecolombinos. Por ejemplo, ante el alcalde de Los Ángeles. No en vano un Cónsul General de España tiene sus oficinas en esa ciudad. Es de esperar que el Ministro de Asuntos Exteriores le haga llegar las correspondientes instrucciones al respecto. Con un ruego  adicional: que mira con atención las pigmentaciones que ostentan los numerosos habitantes de su ciudad que proceden de las tierras del Sur y saque las conclusiones pertinentes. Y que de paso no preste atención a los que le venden la moneda averiada del buen salvaje o la menos infecta de la supuesta consanguinidad entre el marino que inauguró la civilización en América y el general sureño que intentó la pervivencia de la esclavitud negra.

                                          

Javier Rupérez es Embajador de España y miembro del Consejo Asesor de The Hispanic Council