Tribuna de Daniel Ureña, Director de The Hispanic Council, publicada en el diario El Mundo, el 15 de octubre de 2014.
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Hoy se clausura en Estados Unidos el Mes de la Herencia Hispana, una conmemoración que se instauró en 1968 durante la presidencia de Lyndon B. Johnson y que 20 años más tarde, durante el mandato de Ronald Reagan, se amplió de una semana a todo un mes de celebraciones. La fecha no es casual. En torno al 15 y 18 de septiembre se celebra la independencia de países como Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, México y Chile, mientras que el 12 de octubre en EEUU es conocido como Columbus Day (Día de Colón). Durante 30 días las administraciones públicas, las empresas, la sociedad civil, los colegios y las universidades organizan todo tipo de actividades culturales y sociales para reivindicar la identidad hispana y su contribución al desarrollo del país. Y es que Estados Unidos sí reivindica la Hispanidad como parte esencial de su historia, de su evolución como nación y, sobre todo, de su futuro. Un futuro que será hispano gracias al gran auge que esta comunidad está teniendo en las últimas décadas.
Según datos del último censo oficial, ya hay más hispanos en Estados Unidos que españoles en España. En 2025 se estima que uno de cada cuatro ciudadanos estadounidenses será de origen hispano; una proporción que pasará a uno de cada tres en 2050, fecha en la que Estados Unidos ya será el primer país hispanohablante del mundo.
Estos datos evidencian una realidad a la que España no puede dar la espalda. En nuestro país, la Hispanidad es hoy un concepto incómodo para muchos y repudiado y caricaturizado por otros. El abuso que se hizo de esta idea en otras épocas históricas, junto con ciertos complejos actuales, no deberían suponer el renunciar a un eje estratégico para la acción exterior de España.
La Hispanidad es hoy un fenómeno eminentemente cultural, en el que el idioma español juega un papel primordial. Más de 500 millones de personas hablan nuestra lengua en todo el mundo. Es el idioma oficial en más de 20 países y el número de estudiantes que eligen el español como lengua extranjera no para de crecer. Según las proyecciones del Instituto Cervantes y otras fuentes internacionales, dentro de 15 años -para 2030- los hispanohablantes serán el 7,5% de los hablantes de todo el mundo, muy por encima del ruso (2,2%), del francés (1,4%) y del alemán (1,2%).
En este contexto, 2015 puede ser un año clave en este proceso de fortalecimiento de los vínculos entre España y la comunidad hispana de Estados Unidos. El próximo año se cumplirán 450 años de la fundación de San Agustín (Florida), la ciudad más antigua de Estados Unidos, cuyo origen se remonta al año 1565 cuando allí se instaló un grupo de españoles liderado por el almirante Pedro Menéndez de Avilés, uno de esos muchos héroes olvidados en España, pero recordados y honrados en Estados Unidos.
En 2009 el Congreso de EEUU, por orden del presidente Obama, aprobó la creación de una comisión federal para la conmemoración del 450 aniversario de San Agustín. Desde entonces se viene trabajando en diferentes iniciativas para rememorar esta fecha crucial en la historia de Estados Unidos. No obstante, esta celebración es todavía prácticamente desconocida en España. Por ello, el gran reto es que este tipo de actividades conmemorativas no se limiten a un ámbito institucional con un impacto social limitado, sino que puedan tener calado en la opinión pública. En este sentido, el papel del Rey Felipe VI, que conoce y comprende la dimensión y el potencial de la cultura hispana, puede ser un gran aliado. Nuestro país tiene en 2015 una oportunidad estratégica para incrementar su presencia en Estados Unidos. El Ministerio de Asuntos Exteriores y otros actores como la Fundación Consejo de España-Estados Unidos, la Fundación Carolina, la Casa de América, el Real Instituto Elcano o The Hispanic Council, entre otros, trabajan en esta dirección, pero todavía hay mucho camino por recorrer.
La intensa historia compartida entre España y Estados Unidos supone una fuente inagotable de contenido para esa necesaria tarea de intercambio cultural, cuyo acento debería ponerse no tanto en el pasado sino en el futuro. En este sentido, la implicación y la coordinación con las altas instituciones del Estado es fundamental, así como la participación de la sociedad civil, del ámbito privado y del Tercer Sector. Un ejemplo práctico de cómo desde la sociedad civil puede contribuir a esa tarea ha sido el protagonizado por una española afincada en Washington, D.C., Teresa Valcarce, que ha conseguido reivindicar a otro de esos españoles anónimos, Bernardo de Gálvez. Militar malagueño nacido en 1746 que fue gobernador de Luisiana y tuvo un papel destacado luchando en la Guerra de Independencia contra los británicos, donde protagonizó y lideró varios de los capítulos más épicos de la historia de Estados Unidos, tales como la rendición de Dickson (1779), la toma de Mobila (1780), la victoria de Pensacola o la batalla de Yorktown (1781). Gracias a su labor, Gálvez fue nombrado vizconde de Galveston y conde de Gálvez y se le reconoció el derecho de lucir en su escudo de armas el lema «Yo solo», en honor a su valentía. En 1783, durante el desfile de la victoria tras la Guerra de la Independencia marchó a la derecha de George Washington, quien seis años después se convertiría en el primer presidente de Estados Unidos.
En 2008 se creó en Málaga la Asociación Cultural Bernardo de Gálvez, con el objetivo de difundir su figura histórica. Poco después el investigador Manuel Olmedo, miembro activo de la asociación, descubrió que el Primer Congreso Continental, celebrado en 1783 en Filadelfia, había aprobado una resolución por la que se quería reconocer a Bernardo de Gálvez con un retrato en el Congreso de Estados Unidos, acompañando a otras figuras destacadas del país. Mariano Salvador Maella, pintor de cámara del Rey Carlos III, recibió el encargo de pintar el cuadro, que fue terminado en 1784, pero que nunca llegó al Congreso de Estados Unidos y, por tanto, no se cumplió su resolución.
Esta historia, que fue publicada en la prensa en 2010, cayó en manos de una gallega afincada en Estados Unidos, Teresa Valcarce, que emprendió junto a la Asociación Cultural Bernardo de Gálvez, una campaña para lograr que, 230 años después, la resolución del Congreso pudiera cumplirse y, por tanto, el retrato del héroe malagueño pudiera estar finalmente en las paredes del Capitolio. Valcarce, aprovechando los cauces de la democracia americana, contactó con diferentes congresistas hasta que Chris Van Hollen, representante demócrata de Maryland, decidió sumarse a apoyar la causa de Gálvez. Pero la búsqueda de apoyos no quedó ahí. Valcarce logró también la vital colaboración del senador Bob Menéndez, presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores en el Senado. A partir de ahí otras instituciones como el Ayuntamiento de Macharaviaya, localidad natal de Gálvez, la diputación de Málaga y la embajada de España se sumaron a esta campaña y se encargó una réplica del cuadro que en 1784 se había hecho y que nunca cruzó el Atlántico.
El pasado 7 de octubre Teresa Valcarce hizo entrega de la réplica del retrato de Gálvez al Congreso de Estados Unidos y actualmente se encuentra en sus sótanos, a la espera de que tanto la oficina del senador Menéndez como la embajada española acuerden una fecha para la ceremonia oficial, que quedaría desaprovechada si se limita a un sencillo acto protocolario sin la menor trascendencia pública. En 1976 el Rey Juan Carlos, en su primera visita oficial a Estados Unidos, regaló una estatua ecuestre de Bernardo de Gálvez que hoy puede verse en Washington, D.C. junto a la sede del Departamento de Estado. Treinta y ocho años después, el Rey Felipe VI tendría una magnífica oportunidad de emular a su padre presidiendo la entrega del cuadro de Gálvez al Congreso de Estados Unidos. Sería una justa manera de honrar a un español inmortal y, como no, de defender ese gran vínculo que une a los dos países: la Hispanidad.