Blas de Lezo y Olavarrieta (1689-1741) puede ser considerado como uno de los mejores estrategas militares españoles, a pesar de haber no pocas figuras candidatas a tal reconocimiento.

El guipuzcoano, popularmente conocido como Mediohombre, podría haber pasado a la historia sin necesidad de tener en cuenta la defensa que comandó en Cartagena de Indias. Contaba con suficientes hazañas exitosas en Barcelona, Palermo, Tolón, Mallorca, Orán, La Habana o Perú. Una trayectoria que hizo mella en su aspecto físico.

En 1704, durante la batalla de Vélez-Málaga, librada por españoles y franceses contra ingleses y holandeses, perdió una pierna de un cañonazo. Más tarde, en Tolón, perdió el ojo izquierdo por el impacto de una esquirla. Y, al poco tiempo, en Barcelona, recibió un balazo que dejó inmovilizado su antebrazo derecho. Así, a los veinticinco años, Blas de Lezo era cojo, tuerto y manco. Es decir, medio hombre.

Los antecedentes de Cartagena de Indias

La defensa de Cartagena de Indias sucedió en 1741, en el marco de la guerra del Asiento entre España y Gran Bretaña.

El casus belli que propició esta guerra merece mención aparte. En 1731, mientras el capitán de navío Robert Jenkins navegaba por el Caribe, un guardacostas español salió a su captura por sospechas de contrabando. El capitán del navío español, Juan León Fandiño, requisó las mercancías y le cortó una oreja para marcar territorio. Para los libros quedó la frase del español: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve».

Este suceso provocó que se conozca a la guerra del Asiento, según historiadores británicos, como la guerra de la Oreja de Jenkins.

Siete años pasaron desde este encontronazo hasta que Jenkins compareció en el Parlamento británico. En 1738, y supuestamente con su oreja dentro de un tarro, el capitán Jenkins despertó un sentimiento de indignación entre la oposición política y la opinión pública que obligó al rey Jorge II, a petición indeseada del primer ministro Robert Warpole, a declarar la guerra a la España de Felipe V.

En pocos meses, los británicos aunaron una fuerza aparentemente ineluctable en el Caribe. Edward Vernon era el almirante al mando del contingente mejor equipado jamás visto. Su objetivo principal se centró en los territorios españoles de Panamá (Portobelo), Colombia (Cartagena de Indias), Cuba y Perú.

Portobelo cayó sin resistencia del lado británico, aunque pronto se convirtió en un espejismo para los de Vernon, que enviaron misivas a Londres cantando victoria antes de tiempo.

Blas de Lezo en la bahía de Cartagena de Indias

Los británicos, animados por el esfuerzo pírrico en Portobelo y confiados en sus capacidades militares (200 navíos, 2.000 cañones y 27.000 hombres), se lanzaron a lo que creían que sería un trámite: invadir Cartagena de Indias.

Cartagena de Indias era de vital importancia para la vertebración del imperio español. Era el principal centro comercial español, puerto de salida de mercancías de altísimo valor: oro, plata, gemas, tabaco, azúcar, cacao, café o quinina, que se trasportaba dirección Sevilla.

Los británicos conocían esto a la perfección, así que allí esperaban seis navíos y 3.000 hombres, de entre los cuales 500 eran civiles y otros 500 indios emberá.

Tras varias semanas de combate, desde el 19 de marzo hasta principios de abril de 1741, la resistencia española sobrepasaba las expectativas británicas, aunque los ingleses avanzaron provocando el repliegue español. A partir de los días 8 y 9 de abril, la batalla se redujo a los fuertes de San Sebastián y el Manzanillo, además de la propia ciudad de Cartagena de Indias. Tal era la confianza británica que el almirante Vernon hizo llegar a Londres la noticia de la captura de una de las plazas más importantes del imperio español sin haberlo conseguido de verdad.

La lucha por la ciudad

Entre los días 18 y 20 de abril, los de Vernon lanzaron la ofensiva final contra Cartagena de Indias. Pero fue en vano. A pesar de la superioridad ofensiva, una vez más, los británicos erraron el cálculo: los de Lezo habían cavado fosas profundas alrededor de la muralla y los de Vernon no podían alcanzar el castillo sin exponerse a fuego directo.

En horas, las bajas y deserciones británicas se contaban por miles, pero Vernon había vendido la victoria en Londres y el precio de una retirada era inasumible. Su tozudez provocó más deserciones y rencillas internas hasta que el 8 de mayo aceptó claudicar.

La ciudad de Cartagena de Indias permaneció bajo posesión española gracias a la estrategia defensiva de Blas de Lezo. El militar español presenció la liberación de la ciudad y la bahía, pero su gozo duró poco, pues cayó enfermo de una infección, típica de la época y aliada como arma frente a los británicos durante esos años, que en cuatro meses le arrebató la vida.