Sebastián de Aparicio Prado nació en Orense (España) en 1502. Hijo de una familia de campesinos, su infancia estuvo marcada por el trabajo, el campo y la labor agrícola de las familias gallegas de la época.

Apenas tuvo la oportunidad de ir al colegio, por lo que no era capaz de leer ni de escribir. Desde muy joven se empleó en ayudar a su familia, a través de la cual se inició en su camino espiritual, que más tarde le llevaría a ser franciscano.

Atravesada ya la adolescencia, Aparicio abandonó Galicia para buscarse la vida por España. Llegó a Salamanca como criado para después recorrer Extremadura en trabajos temporales. Finalmente, llegó a Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz, donde sirvió durante siete años en la casa de un labrador.

Sanlúcar de Barrameda era, por aquel entonces, uno de los pocos puntos de la península, si no el único, de los que partían las expediciones hacia América. El tránsito de personas en la ciudad y su espíritu aventurero le llevaron a cruzar el Atlántico en el año 1533.

Aparicio desembarcó en el puerto de Veracruz ese mismo año, como un viajero más que se adentraba en el territorio de Nueva España, dentro del marco de la Real Cédula de febrero de 1533. Al poco de llegar, puso rumbo a Puebla de los Ángeles, una pequeña villa situada entre México y Veracruz, en la que habían recalado varios inmigrantes europeos.

En Puebla, Aparicio descubrió la enorme presencia de ganado salvaje que, si conseguían domarlo, podría agilizar el transporte de mercancías. Además, sorprendido por que algo tan útil como las carretas no hubieran llegado a Nueva España, Aparicio se hizo popular al invertir, junto a un carpintero, en la producción de carretas para transportar trigo, maíz, leña y demás materiales indispensables para el día a día.

El pragmatismo de Aparicio, adquirido desde joven en el campo español, fue lo que impulsó la construcción de caminos transitables entre ciudades próximas, favoreciendo así la interconexión territorial. Viajó por Zacatecas hasta ciudad de México, abriendo camino a su paso con la ayuda de los indígenas allí presentes.

En 1552, dos décadas después de llegar a Nueva España, Aparicio vendió todos sus utensilios, sus carretas y materiales por una cantidad suficientemente grande como para comprar tierras. Volvió así a las raíces familiares de la agricultura y la ganadería. Con los años, y principalmente fruto de su iniciativa en Nueva España, se hizo conocido entre las gentes de ciudad de México.

Contrajo matrimonio en dos ocasiones, aunque de ninguna devino descendencia. Primero, con la hija de un amigo, que falleció al año de casarse, y, después, con María Esteban, años más joven que él, a la que un accidente arrebató su joven vida.

Después de enviudar por partida doble, Aparicio se adentró en la senda de la vida religiosa. Apodado como «Aparicio El Rico», cedió todas sus posesiones, valoradas en poco más de 20.000 pesos, a las clarisas. Desde entonces, solicitó, convencido, vestir de franciscano.

La orden dio luz verde a su incorporación el 9 de junio de 1574. A la edad de 72 años, Aparicio fue aceptado como novicio franciscano y destinado al convento de San Francisco, en ciudad de México.

Un año después, el 13 de junio de 1575, hizo los votos y entró como fraile en la Orden Franciscana. Desde entonces, se le conoció como Fray Sebastián de Aparicio.

Su primer destino fue el convento de Santiago de Tecali, muy próximo a Puebla de los Ángeles, donde se le encomendó la misión de limosnero, lo que le permitió recorrer muchas ciudades de la zona en busca de donaciones para el mantenimiento de la orden.

Allí vivió los últimos quince años de su vida, entregado y servicial, como siempre había demostrado ser, a la misión franciscana en Nueva España.

El 25 de febrero del año 1600, un mes después de cumplir los 98 años, murió acompañado de algunos religiosos de la orden. Se cree que su entierro en Puebla de los Ángeles fue multitudinario.

Los fieles de la época señalaron que Fray Sebastián de Aparicio reunía todas las características para ser nombrado santo. Más de siglo y medio después, el Papa Pío VI certifica su beatificación, el 17 de mayo de 1789.