"El español en la política de Estados Unidos" - 3ª edición del informe
El uso del español en la política de Estados Unidos sigue creciendo año a año. Así se desprende del último informe elaborado por The Hispanic Council y presentado en el Congreso de los Diputados en Madrid.
El estudio, que ya está en su tercera edición y se elabora cada dos años para medir el uso que los congresistas y senadores de Estados Unidos realizan del idioma español en su comunicación con el electorado, demuestra que hay una fuerte tendencia al alza en el uso del español en los últimos años.
El uso del español ha crecido tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. En la Cámara de Representantes son ya 74 los congresistas que hacen uso del español en el año 2022, lo que supone un 16,8% del total. En los últimos cuatro años, se ha pasado de 62 a 74 congresistas que usan el español, lo que supone un aumento del 21%. Por su parte, en el Senado, son ya 28 senadores (el 28% del total de la cámara) los que emplean el español, mientras que en 2018 eran 13. Es decir, en cuatro años se ha duplicado el uso del español en el Senado.
El uso del español en Estados Unidos ha sobrepasado ya la cifra de los 57 millones de hispanohablantes. En términos demográficos, la población de origen hispano ha superado los 62 millones de personas en Estados Unidos y supone un 18,7% del total de la población (más de 331 millones de habitantes).
Estas cifras sitúan a Estados Unidos como el país con mayor número de hispanohablantes entre los países en los que el español no es una lengua oficial. De cara a 2060, las estimaciones sitúan a Estados Unidos como el segundo país del mundo con mayor número de hispanohablantes, solamente detrás de México.
A nivel mundial, el español es la lengua materna de más de 492 millones de personas y el número de hispanohablantes representa en torno a un 7,5% de la población mundial.
Puedes descargar el informe completo en este enlace.
Las relaciones de España y Estados Unidos tras la guerra de 1898
España, que había sido un apoyo fundamental para la independencia de las 13 colonias y la consolidación de Estados Unidos como país soberano e independiente, a finales del siglo XIX se convirtió en el principal enemigo del país norteamericano.
A comienzos del siglo XIX, la política expansiva de Estados Unidos había tensionado su relación con España por la zona del Mississippi y el
Por aquel entonces, el movimiento independista cubano estaba en auge y en 1895 alcanzó su máximo apogeo, con un levantamiento militar frente a España. Un conflicto que Estados Unidos aprovechó para preparar la receta que serviría como excusa para atacar a España.
El sentimiento antiespañol no era fortuito. El liberalismo y las ideas ilustradas que encontraron terreno fértil en Estados Unidos impregnaron en la opinión pública un aire antiimperialista y favorable a los procesos independistas de las repúblicas del sur.
Los dueños de las grandes cabeceras sabían que controlar la información significaba, con carácter general, marcar el discurso, la agenda política y las reflexiones de la población. Dos nombres jugaron un papel indispensable en la guerra de 1898 a favor de Estados Unidos y en contra de España: William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer.
Su labor propagandística encubrió el casus belli que buscaba Estados Unidos para entrar en guerra. Ha sido habitual en la historia de Estados Unidos buscar siempre una razón real o ficticia por la que no quedase otra opción más que declarar la guerra al enemigo. En el caso de España en 1898, el bulo giró en torno al hundimiento del acorazado Maine. Consiguieron hacer creer que los españoles estaban detrás del hundimiento del buque y esto fue suficiente para que los estadounidenses pidieran a gritos la guerra contra España. Académicos, políticos y prescriptores estadounidenses nutrieron la Leyenda Negra sobre España que, sin duda, condicionó las relaciones bilaterales en las décadas siguientes.
Entre los meses de abril y agosto de 1898 tuvo lugar una guerra que obligó a España a desprenderse de la mayoría de sus últimos territorios de ultramar. El Tratado de París del 10 de diciembre de 1898 puso fin al conflicto. Por medio de este acuerdo, España aceptó la independencia de Cuba, que se concretó en 1902. Y, además, cedió a Estados Unidos los territorios de Filipinas, Guam y Puerto Rico.
Las consecuencias de esta guerra trascendieron el ámbito territorial
Entre la famosa Generación del 98, conocida por aunar culturalmente a personajes españoles condicionados moral, espiritual, social y políticamente por la situación circunstancial de una España en crisis que tenía ante sí el fin de un imperio, surgió una corriente antiamericana que condicionó también las relaciones con Estados Unidos.
El reinado de Alfonso XIII, no obstante, logró dejar atrás los resentimientos y apostar por el pragmatismo. Tras de sí dejó tres acuerdos comerciales con Estados Unidos que, en términos económicos, fueron muy positivos para una España que vería desde la neutralidad cómo el orden mundial saltaba por los aires al comienzo de la Primera Guerra Mundial.
A pesar de que las relaciones bilaterales alcanzaron otro cariz durante la segunda mitad del siglo XX y, sobre todo, tras la Transición española, lo cierto es que el sentimiento revisionista contra el legado hispano en Estados Unidos encuentra raíces también en la guerra de 1898.
Presentación de la 3ª edición del informe "El español en la política de Estados Unidos"
El próximo lunes 25 de abril, a las 12:00 horas (Madrid), The Hispanic Council presenta la 3ª edición del informe "El español en la política de Estados Unidos: análisis de su uso en la Cámara de Representantes y el Senado" en la sala Ernest Lluch del Congreso de los Diputados.
El acto comenzará con la presentación de las conclusiones del informe. Posteriormente, se celebrará una mesa redonda para abordar el futuro del español en el mundo. El moderador será Daniel Ureña, presidente de The Hispanic Council. Los ponentes invitados son:
- Cristina Gallach, comisionada especial para la Alianza por la Nueva Economía de la Lengua.
- Áurea Moltó, directora de 'Política Exterior’.
- Javier Rupérez, exembajador de España en Estados Unidos.
- Fernando Prieto, secretario general de la Fundación Consejo España-EE.UU.
The Hispanic Council viene elaborando este estudio desde 2018 con el objetivo de conocer el uso que se hace del español por parte de los congresistas y senadores de Estados Unidos a la hora de relacionarse con los votantes de origen hispano.
Al igual que en las dos ediciones anteriores del informe, The Hispanic Council ha elegido esta fecha por su cercanía en el calendario con el Día Internacional del Español, que se celebra cada 23 de abril.
Los asistentes tendrán acceso al informe completo en el lugar del acto.
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Blas de Lezo y la defensa de Cartagena de Indias
Blas de Lezo y Olavarrieta (1689-1741) puede ser considerado como uno de los mejores estrategas militares españoles, a pesar de haber no pocas figuras candidatas a tal reconocimiento.
El guipuzcoano, popularmente conocido como Mediohombre, podría haber pasado a la historia sin necesidad de tener en cuenta la defensa que comandó en Cartagena de Indias. Contaba con suficientes hazañas exitosas en Barcelona, Palermo, Tolón, Mallorca, Orán, La Habana o Perú. Una trayectoria que hizo mella en su aspecto físico.
En 1704, durante la batalla de Vélez-Málaga, librada por españoles y franceses contra ingleses y holandeses, perdió una pierna de un cañonazo. Más tarde, en Tolón, perdió el ojo izquierdo por el impacto de una esquirla. Y, al poco tiempo, en Barcelona, recibió un balazo que dejó inmovilizado su antebrazo derecho. Así, a los veinticinco años, Blas de Lezo era cojo, tuerto y manco. Es decir, medio hombre.
Los antecedentes de Cartagena de Indias
La defensa de Cartagena de Indias sucedió en 1741, en el marco de la guerra del Asiento entre España y Gran Bretaña.
El casus belli que propició esta guerra merece mención aparte. En 1731, mientras el capitán de navío Robert Jenkins navegaba por el Caribe, un guardacostas español salió a su captura por sospechas de contrabando. El capitán del navío español, Juan León Fandiño, requisó las mercancías y le cortó una oreja para marcar territorio. Para los libros quedó la frase del español: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve».
Este suceso provocó que se conozca a la guerra del Asiento, según historiadores británicos, como la guerra de la Oreja de Jenkins.
Siete años pasaron desde este encontronazo hasta que Jenkins compareció en el Parlamento británico. En 1738, y supuestamente con su oreja dentro de un tarro, el capitán Jenkins despertó un sentimiento de indignación entre la oposición política y la opinión pública que obligó al rey Jorge II, a petición indeseada del primer ministro Robert Warpole, a declarar la guerra a la España de Felipe V.
En pocos meses, los británicos aunaron una fuerza aparentemente ineluctable en el Caribe. Edward Vernon era el almirante al mando del contingente mejor equipado jamás visto. Su objetivo principal se centró en los territorios españoles de Panamá (Portobelo), Colombia (Cartagena de Indias), Cuba y Perú.
Portobelo cayó sin resistencia del lado británico, aunque pronto se convirtió en un espejismo para los de Vernon, que enviaron misivas a Londres cantando victoria antes de tiempo.
Blas de Lezo en la bahía de Cartagena de Indias
Los británicos, animados por el esfuerzo pírrico en Portobelo y confiados en sus capacidades militares (200 navíos, 2.000 cañones y 27.000 hombres), se lanzaron a lo que creían que sería un trámite: invadir Cartagena de Indias.
Cartagena de Indias era de vital importancia para la vertebración del imperio español. Era el principal centro comercial español, puerto de salida de mercancías de altísimo valor: oro, plata, gemas, tabaco, azúcar, cacao, café o quinina, que se trasportaba dirección Sevilla.
Los británicos conocían esto a la perfección, así que allí esperaban seis navíos y 3.000 hombres, de entre los cuales 500 eran civiles y otros 500 indios emberá.
Tras varias semanas de combate, desde el 19 de marzo hasta principios de abril de 1741, la resistencia española sobrepasaba las expectativas británicas, aunque los ingleses avanzaron provocando el repliegue español. A partir de los días 8 y 9 de abril, la batalla se redujo a los fuertes de San Sebastián y el Manzanillo, además de la propia ciudad de Cartagena de Indias. Tal era la confianza británica que el almirante Vernon hizo llegar a Londres la noticia de la captura de una de las plazas más importantes del imperio español sin haberlo conseguido de verdad.
La lucha por la ciudad
Entre los días 18 y 20 de abril, los de Vernon lanzaron la ofensiva final contra Cartagena de Indias. Pero fue en vano. A pesar de la superioridad ofensiva, una vez más, los británicos erraron el cálculo: los de Lezo habían cavado fosas profundas alrededor de la muralla y los de Vernon no podían alcanzar el castillo sin exponerse a fuego directo.
En horas, las bajas y deserciones británicas se contaban por miles, pero Vernon había vendido la victoria en Londres y el precio de una retirada era inasumible. Su tozudez provocó más deserciones y rencillas internas hasta que el 8 de mayo aceptó claudicar.
La ciudad de Cartagena de Indias permaneció bajo posesión española gracias a la estrategia defensiva de Blas de Lezo. El militar español presenció la liberación de la ciudad y la bahía, pero su gozo duró poco, pues cayó enfermo de una infección, típica de la época y aliada como arma frente a los británicos durante esos años, que en cuatro meses le arrebató la vida.
El Tratado de Guadalupe Hidalgo, cuando México perdió la mitad de su territorio
A mediados de 1846, Estados Unidos y México iniciaron un conflicto bélico que vio su fin con el Tratado de Guadalupe Hidalgo, el 2 de febrero de 1848. Esta guerra mexicano-estadounidense, también conocida como la intervención estadounidense en México, tuvo diferentes causas. Entre ellas, la independencia de Texas (1835-1836), la crisis interna en la política mexicana y el fácil avance con el que los estadounidenses controlaban territorios del norte de México.
El Tratado de Guadalupe Hidalgo, oficialmente conocido como Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo, consolidó la política expansiva que Estados Unidos adoptó, sobre todo, desde inicios del siglo XIX. Esta política de control territorial tuvo precedentes en la compra de Luisiana de 1803 o el Tratado de Adams-Onís de 1819, tras el cual se fijó la frontera entre Estados Unidos y el virreinato de la Nueva España.
En el caso del Tratado de Guadalupe Hidalgo, la incorporación territorial fue amplísima en favor de Estados Unidos, y por tanto en perjuicio de México, independizado en 1821. Aunque los mexicanos ejercieron una inesperada resistencia al inicio de la batalla, el poderío norteamericano recrudeció el conflicto y Estados Unidos fue capaz de imponer sus condiciones en el acuerdo, que fue rubricado el 2 de febrero de 1848 y ratificado el 30 de mayo en ambos congresos.
El Tratado de Guadalupe Hidalgo contenía un total de 24 artículos. De entre ellos, destacan el V, que fijaba la frontera entre Estados Unidos y México en los ríos Gila y Bravo. Atendiendo al mapa, más de la mitad del total del territorio mexicano pasó a ser de soberanía estadounidense. En su mayoría, territorios que, pocas décadas antes y durante siglos, estuvieron bajo control español. Así, este límite situaba automáticamente en zona estadounidense los actuales estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Colorado, partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma, así como Texas. Sobre este último, México se comprometía a renunciar a todo reclamo. Es decir,
El contenido del artículo IX fue determinante en el ámbito legal, pues había un núcleo poblacional grande que, tras la firma del acuerdo, vio su nacionalidad afectada. Este punto del acuerdo, junto con el VIII, permitía a los mexicanos de los territorios anexionados elegir su nacionalidad, pudiendo optar por la de Estados Unidos de forma voluntaria.
El artículo XII del Tratado de Guadalupe Hidalgo ponía precio a la masiva expansión territorial de Estados Unidos: 15 millones de dólares. Esta era la cantidad que Estados Unidos pagaría, a modo compensatorio, a México.
La ampliación territorial de Estados Unidos en la zona sur, frontera norte de México, alcanzaría otro hito a finales de 1853 con el Tratado de la Mesilla, a través del cual se compró, por apenas 10 millones de dólares, la zona más al sur de los actuales estados de Arizona y Nuevo México.
Con ambos tratados, Estados Unidos incorporó bajo su soberanía gran parte de los territorios que conformaron el virreinato de Nueva España y que, siglos antes, habían sido el escenario de las hazañas de los descubridores españoles.
La llegada de la Semana Santa y las procesiones a Hispanoamérica
La Semana Santa es la fecha más importante de todas las marcadas en el calendario de la tradición cristiana. Todos los años, durante este tiempo, se rememora la pasión de Jesucristo en Jerusalén. Es precisamente la interpretación popular de este suceso la que ha prolongado en el tiempo prácticas que hoy alcanzan el grado de costumbres tradicionales.
En el imaginario popular es imposible disociar la Semana Santa de las procesiones. Las procesiones, que en absoluto son un fenómeno monolítico, sino que varían dependiendo de la región y el día de la semana en la que se practiquen, son esencialmente una manifestación de la fe trasladada a las calles de la ciudad.
El origen de las procesiones de Semana Santa ha sido objeto de estudio de no pocos académicos. La conclusión que ha agrupado mayor consenso remonta el origen de esta tradición a los siglos XIV y XV y la vincula a cofradías penitenciales. Estas cofradías habrían comenzado a exponer su devoción en público como expresión por las circunstancias de la época: un tiempo marcado por las cruzadas, la reconquista y la tensión con otras religiones.
El siglo XVI trajo consigo la extensión de las procesiones por España. En Castilla predominaba el título de Vera Cruz, mientras que en Aragón era común la adscripción al título de Sangre de Cristo. El carácter de estas cofradías, que pronto proliferaron por los territorios de ultramar, no era festivo; al contrario, el ánimo era de penitencia.
Otra prueba más de que el proyecto español en América no se redujo al dominio territorial, sino que tuvo una vertiente espiritual inmensa, es que se llevó allí la Semana Santa. En 1505, Cristóbal Colón ordenó a su hijo Diego que, por Semana Santa, procurara el perdón para dos reos. Además, a lo largo del siglo XVI llegaron a España noticias de que se estaban celebrando procesiones de Semana Santa en tierras novohispanas, principalmente en México y otros territorios próximos a la ciudad.
Hasta bien entrado el siglo XVII, las procesiones mantuvieron un corte penitenciario en ambos hemisferios, que, por lo general, implicaban el sufrimiento físico de los penitentes provocado por las flagelaciones. Ni la creciente élite ilustrada, ni las corrientes instruidas de la Iglesia, ni tampoco las prohibiciones reales consiguieron erradicar estas costumbres. El propio Francisco de Goya dedicó dos obras en la primera mitad del siglo XIX para representarlas: Procesión de disciplinantes y Escena de disciplinantes.
Las procesiones de carácter disciplinario dieron paso a unas de estilo barroco, que dotan a estas costumbres de un espíritu divulgativo. De este modo, pasaron a ser una expresión narrativa que funcionaba como vehículo de transmisión de la tradición, al estilo catequesis. Esta transición arribó también a los territorios de ultramar a mediados del siglo XVII.
Cabe destacar que la influencia en la celebración de la Semana Santa no fue unidireccional. A nivel estético, la influencia hispanoamericana en España se ha dejado notar. Materiales como el nácar o el carey se pueden ver en la procesión de Jesús Nazareno de Sevilla, el epicentro de la Semana Santa española.
Después de cinco siglos, la Semana Santa continúa siendo esencial en el imaginario católico de Hispanoamérica. Las procesiones son una tradición única en México, El Salvador, Colombia, Guatemala, Perú, Bolivia, Venezuela o Ecuador.
En Estados Unidos, sin embargo, las procesiones no son una práctica tan extendida. El Viernes Santo es fiesta estatal solo en once estados: Connecticut, Delaware, Hawái, Indiana, Kentucky, Luisiana, Nueva Jersey, Carolina del Norte, Dakota del Norte, Tennessee y Texas.
A pesar de ello, el país conserva, desde 1878, una tradición única en el mundo: la fiesta de los huevos de Pascua en la Casa Blanca, conocida como White House Easter Egg Roll.
Son muchas las teorías sobre el origen de la tradición de los huevos de Pascua. Hay quien cree que son símbolo de la Pascua de Resurrección, aunque lo probable es que sean una práctica pagana extendida por Estados Unidos y Europa Central incorporada por migrantes alemanes.
Las misiones españolas en Norteamérica
La presencia española en Estados Unidos, como es bien sabido, no se redujo a un ánimo descubridor exclusivamente. De hecho, desde un primer momento, el espíritu evangelizador inspiró las empresas españolas de ultramar.
Para la Corona española, las misiones alcanzaron el estatus de obligación, pues consideraban imprescindible llevar el cristianismo a esas poblaciones desconocidas que, por razones evidentes, no habían entrado en contacto con el mensaje de la Iglesia, pues nadie sabía de su existencia hasta entonces.
Las primeras misiones españolas en Norteamérica corrieron a cuenta de los jesuitas, que, entre los años 1565 y 1572, escogieron los actuales estados de Georgia y Florida como su área principal de evangelización. Posteriormente, la labor misionera recaería también en los franciscanos.
Con el paso del tiempo y el descubrimiento de territorios ignotos, las misiones fueron extendiéndose por toda la zona sur de Norteamérica. De la zona oriental, las misiones irían extendiéndose y consolidando una red misionera extensa hacia el oeste, en los actuales estados de Nuevo México, Arizona, Texas o California, desde finales del siglo XVI y durante todo el siglo XVII y XVIII.
La misión era un pilar esencial de la política española en América del Norte. La transmisión del mensaje a las poblaciones indígenas fue fundamental, además de la defensa y la creación de instituciones que permitieran la convivencia social. Por ello, a la estrategia defensiva, centrada en la construcción de infraestructura tipo presidio, se unía un plan civilizatorio que descansaba en un proyecto doble: la creación de ciudades y villas donde concentrar el poder político y la vida social, y la organización de misiones para la difusión del cristianismo.
Los numerosos intentos por trazar con exactitud el número de misiones creadas en el territorio actual de Estados Unidos no han arrojado una cifra exacta. Sin embargo, se puede hablar de más de 200 misiones en suelo norteamericano. Esto esr, sin contar toda la presencia en la zona sur del continente.
El territorio que se conocería como La Florida fue en el que se concentraron el grueso de las misiones españolas en Norteamérica. Entre los actuales estados de Florida, Georgia, Carolina del Norte y del Sur y Virginia se contaron más de un centenar de misiones. El resto se repartieron en la zona suroeste del territorio.
En La Florida, las misiones se organizaron en cuatro provincias: Apalachee, Guale, Mocama y Timucua. En Nuevo México, donde Juan de Oñate fundó el primer asentamiento a finales del siglo XVI, los franciscanos que acompañaron su expedición tejieron una sólida red de misiones a lo largo de todo el territorio.
Desde Nuevo México, los españoles pusieron rumbo a Arizona, un poco más al norte de Nueva España, y fundaron a su paso las primeras misiones. La figura que más ha trascendido entre los documentos históricos de la época y las posteriores investigaciones ha sido la de Eusebio Kino. A él se atribuyen cerca de 20 misiones extendidas entre el sur de Arizona, Sonora y la Pimería Alta. A Texas, la labor misionera no llegarían hasta finales del siglo XVII, pero el éxito de algunas de ellas les ha valido el reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Entre ellas, se encuentran Nuestra Señora de la Purísima Concepción de Acuña, la de San Miguel de Linares de los Adaes, la de San Antonio de Valero y la de San José y San Miguel de Aguayo.
En California, la expedición principal fue encabezada por Gaspar de Portolá a finales de 1760. Entre los misioneros más destacados estuvo el franciscano Junípero Serra, que fundó la misión de San Diego, punto inicial del Camino Real de California.
La presencia misionera fue crucial en la vertebración del proyecto español en Norteamérica. Más de 200 misiones en más de dos siglos que demostraron que las intenciones españolas en los territorios de ultramar iban más allá del mero dominio territorial.
La ASALE: “una estirpe, una lengua y un destino”
La Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) se fundó en México, en 1951, con la voluntad de congregar a las veinticuatro Academias de la Lengua Española repartidas actualmente entre España, América, Filipinas y Guinea Ecuatorial. El espíritu de la ASALE es la integración de la lengua española en un órgano unitario que impulse su crecimiento y difusión a través de una política panhispánica, en la que todas las Academias desarrollen un papel fundamental.
Además de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), la ASALE integra a las Academias de Colombia, Ecuador, México, El Salvador, Venezuela, Chile, Guatemala, Costa Rica, Filipinas, Panamá, Cuba, Paraguay, Bolivia, República Dominicana, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Honduras, Puerto Rico, Estados Unidos, Guinea Ecuatorial e Israel.
En comparación con los anteriores, los tres últimos países son más inesperados de encontrar dentro de la ASALE. La Academia Norteamericana de la Lengua Española, fundada en 1973, se integró en la ASALE en 1980. De más reciente creación es la Academia Ecuatoguineana de la Lengua Española, que se fundó en 2013 y se incorporó a la ASALE en 2016. Pero la última en añadirse a la Asociación de Academias de la Lengua Española fue la Academia Nacional del Judeoespañol, fundada en 2018 e incorporada en 2020.
La ASALE considera el judeoespañol como una variante del castellano anterior al siglo XVI. Sin embargo, la Academia Nacional del Judeoespañol acusa una particularidad y es que está exenta de cumplir las recomendaciones de la institución en materia de uso del español moderno.
Uno de los elementos que dotan de esencia a la ASALE es su carácter prescriptor con respecto al uso del español y sus diferentes adaptaciones. Las Academias que conforman la ASALE participan en las principales obras de la asociación. Entre ellas, se encuentran el Diccionario de la lengua española (DLE), el Diccionario panhispánico de dudas y la Gramática y ortografía básicas de la lengua española. En definitiva, los manuales de referencia para el uso correcto del español.
Más allá de las obras, la ASALE desempeña una labor única de reivindicación y difusión del español en todos los territorios del mundo donde se habla o se estudia. En la actualidad, se estima que el número de hispanohablantes a nivel mundial roza los seiscientos millones.
En la ASALE editan libros, publican colecciones únicas, recuperan títulos o personajes olvidados y conmemoran aniversarios. Toda su actividad está enmarcada en una política panhispánica que se remonta a mediados del siglo XIX, que en el año 1999 alcanzó un punto de no retorno con la publicación de la Ortografía, la primera obra revisada de manera conjunta por todos los miembros de aquella época.
Aunque son veinticuatro las Academias que la integran actualmente, la ASALE reconoce a entidades de la lengua española repartidas entre más de ochenta países.
Las Bulas Alejandrinas de 1493: el Papa Alejandro VI, español, otorga a Castilla el derecho a conquistar América
El primer viaje de Cristóbal Colón a América ha estado siempre rodeado de rumores por el resquemor que produjo, entre otros, al país vecino: Portugal. El Tratado de Alcaçovas (1479), firmado entre Portugal y España, establecía, entre otras disquisiciones, que sería reconocido como territorio portugués todo lo descubierto por debajo del paralelo 26. Una franja que, trazada en un mapa, atravesaba México por Baja California, la península de Florida y hasta el sur de las islas Canarias.
Cristóbal Colón, antes de iniciar su primera expedición, se había comprometido con los Reyes Católicos a entregarles el 90% de los beneficios recaudados en su periplo. Pero las tierras ignotas que descubriese eran susceptibles de pasar por el detallado escrutinio portugués, de acuerdo con lo firmado en 1479. Reclamar territorios al sur del paralelo 26 podría haber sido casus belli y haber desatado un conflicto entre los vecinos ibéricos.
Unas semanas más tarde que algunos de sus compañeros, Colón, en su regreso a la península, recaló en Lisboa, donde el rey Juan II no perdió la oportunidad de tomar nota de las hazañas colombinas. Su intención no era otra que explorar la posibilidad de reclamar como portugués todo aquel territorio descubierto por debajo del paralelo 26, en cumplimiento de lo acordado.
Los Reyes Católicos habían previsto este escenario y se aseguraron de tener de su lado al recién elegido Papa Alejandro VI, el español Rodrigo de Borja. Antes de que portugueses y españoles se empujaran mutuamente al conflicto directo, el Papa hizo públicas las conocidas como Bulas Alejandrinas, previsiblemente en mayo de 1493. A través de ellas, el Papa Alejandro VI otorgó a Castilla el derecho a conquistar América, reclamar como propios los territorios descubiertos y mandar hombres allí con la misión de evangelizar.
Las Bulas Alejandrinas recogieron cuatro documentos: breve Inter caetera, bula menor Inter caetera, bula menor Eximiae devotionis, y la bula Dudum siquidem. Las fechas en las que fueron redactadas y dadas a conocer varían dependiendo de la fuente, pero de lo que no hay dudas es de que datan de mediados del año 1493, tras la llegada de Colón a Barcelona a mediados del mes de abril.
El breve Inter caetera concluyó que pertenecería a Castilla todo territorio descubierto por sus hombres. La bula menor homónima incidió en lo recogido en el breve y fijó un meridiano, que inspiraría el futuro Tratado de Tordesillas (1494), a partir del cual todo territorio al oeste pasaría a ser de Castilla y todo territorio al este sería portugués.
La bula Eximiae devotionis desarrolló un poco más la Inter caetera y concluyó que las tierras descubiertas al oeste del meridiano serían de dominio de los Reyes Católicos, de la misma manera que pertenecían a Portugal sus territorios africanos. La cuarta bula, la Dudum siquidem, aprobada un poco más tarde, ampliaba el margen de aplicación de los textos previos a todo territorio asiático, que los españoles alcanzaron siguiendo la ruta occidental. Es decir, serían de dominio castellano las tierras descubiertas en la India.
Las Bulas Alejandrinas no fueron bien recibidas en Portugal, pero habían puesto sobre la mesa la idea de un meridiano que dividía el Atlántico. La comitiva del rey Juan II no dejó pasar la oportunidad de mejorar ese proyecto y llegar a un acuerdo sobre la división del océano con los españoles. Así, después de unas arduas negociaciones, España y Portugal firmaron el Tratado de Tordesillas el 7 de junio de 1494. Según este acuerdo, se estableció un reparto de las zonas de navegación y dominio del Atlántico con un meridiano fijado 370 leguas al oeste de Cabo Verde.