El que fue virrey de Nueva España entre 1771 y 1779 y presidente de la Real Audiencia de México, Antonio María de Bucareli y Ursúa, nació en Sevilla, en 1717. Fue el séptimo hijo de Luis de Bucareli y Henestrosa, II marqués de Vallehermoso, y Ana de Ursúa y Ursúa, IV condesa de Gerena. A los cuatro años de edad se le otorgó la condecoración de la cruz de San Juan de Malta, llegando a ser bailío y comendador de la bóveda de oro de esta orden. Entró en el regimiento de infantería de Granada a la edad de 11 años y alcanzó el grado de teniente general tras diversas acciones militares.
En 1766, llegó a la Habana para desempeñar su labor como gobernador de Cuba. Desde su puesto logró mejorar el estado de las fortificaciones y aumentar la producción de azúcar y del tabaco, que alcanzó más de un millón de arrobas en aquellos años. El 22 de septiembre de 1771, el rey Carlos III le nombró virrey de Nueva España debido a los “servicios y acertada conducta con que desempeña el gobierno y capitanía general de la isla de Cuba y plaza de La Habana”.
Tres años después, Antonio María Bucareli y Ursúa recibió, desde Madrid, el encargo de organizar expediciones al Noroeste de la Alta California para comprobar de primera mano cuál era la situación real sobre el terreno, ante la posible incursión rusa sobre Alaska y el oeste canadiense. Con ese fin, el ministro de Estado, Jerónimo Grimaldi, anunció el envío a San Blas de “mozos expertos y hábiles” con quienes “trillar aquellos mares hasta Monterrey y más arriba si pudiese ser”. Bucareli firmó la instrucción que debían seguir las tres expediciones asignadas para investigar las actividades de los rusos en Alaska, que debían salir de Monterrey y alcanzar los 60º de latitud.
El mallorquín Juan Pérez lideró la primera travesía española, que debía alcanzar los 60º N, pero solo llegó a los 55º. Aun así, divisó la actual isla canadiense de Vancouver y descubrió en sus aledaños el puerto de Nutka, al que llamó surgidero de San Lorenzo, además de bautizar como Sierra Nevada de Santa Rosalía el majestuoso monte Olympus, en el actual estado de Washington. La vía hacia el norte había quedado inaugurada.
En 1775 se puso en marcha la segunda expedición con los oficiales llegados expresamente desde la Península, que traían consigo avanzados instrumentos astronómicos, como agujas azimutales, péndulo y telescopio, para una observación lo más precisa posible de las nuevas costas. El teniente de navío bilbaíno Bruno de Heceta, a bordo de la Santiago, se puso al frente de una flotilla, que incluía la goleta Felicidad, al mando del teniente de fragata Juan Manuel de Ayala y Aguirre y con el también teniente de fragata Juan Francisco de la Bodega y Quadra como segundo, así como el paquebote San Carlos, bajo las órdenes del teniente de navío Miguel Manrique, que tenía como única misión reconocer el puerto de San Francisco. Es en esta travesía cuando, en 1775, el teniente Juan Francisco de la Bodega y Quadra bautizó a una bahía del sudeste de Alaska como bahía de Bucareli. No se hallaron, sin embargo, los temidos asentamientos rusos, por lo que el virrey confiaba en que no había un peligro inminente. Sin embargo, un viejo rival de España empezaba a mostrar interés por el Pacífico norte: Gran Bretaña. El capitán James Cook exploró las costas de Canadá y Alaska en 1778 en busca del anhelado paso que conectara con el Atlántico. No lo halló, pero en su recorrido rebautizó como Nutka el fondeadero de San Lorenzo descubierto por Juan Pérez cuatro años antes y atravesó el estrecho de Bering, internándose en el Ártico.
Al año siguiente, partió una nueva expedición española, comandada por Ignacio de Arteaga e integrada por las nuevas fragatas Princesa y Favorita, esta última traída por Bodega desde el puerto de El Callao, en su Perú natal. Esta vez llegaron hasta los 60°N, bautizando nuevos lugares y tomando posesión de una isla a la entrada de la bahía del Príncipe Guillermo y de la bahía de Nuestra Señora de Regla, cerca de la península de Kenai. En cambio, seguía sin haber rastro de los rusos ni tampoco de Cook.
Mientras, en México, Antonio María de Bucareli mejoró las condiciones de sus ciudadanos: consiguió financiación para fundar instituciones benéficas, como el Hospicio de Pobres, y reconstruir el de Dementes de San Hipólito. Además, hizo que los gastos de manutención de los enfermos fuesen asumidos por el Consulado. También construyó un canal para el desagüe del Valle de México, saneó la economía de la capital y realizó obras para embellecer la ciudad, al ordenar plantar árboles y fuentes.
Falleció en 1779, en México, ciudad en la que tiene una calle a su nombre y fue reconocido como Padre de la Patria.