Fue la pequeña provincia de La Matanza de Acentejo, al norte de Tenerife, la que vio nacer a Antonio Benavides González de Molina el 8 de diciembre de 1678. Allí, con ayuda de los contactos de su padre, un capitán de la Bandera de La Habana, que se fijó en las virtudes para la vida castrense que el muchacho mostraba, tuvo la oportunidad de alistarse en el ejército como cadete. Desde Tenerife partió con dirección a Cuba el joven Antonio para aprender el oficio militar, donde pasó tres años y, destacado por su dedicación y puntería con las armas, se ganó el puesto de teniente tras el estallido de la Guerra de Sucesión española en 1702.

Combatió en la infantería de Felipe V a quien Benavides conocería en persona gracias a su fama de buen tirador. Se da la circunstancia que Felipe V tenía por costumbre retirarse a Madrid a cazar cuando no estaba en el frente. Y en estas cacerías le gustaba ser acompañado por los mejores tiradores de las Guardias de Corps, la escolta real de la época quienes, conociendo la fama de Benavides, le habían invitado a pesar de no ser parte de este cuerpo. De ese modo, el monarca conoció a Benavides, del que llegó a decir: «¡Por San Martín! Sí que tienes pulso, Benavides». Tan impresionado estuvo que le invitó a unirse a su escolta sin pertenecer a la nobleza, algo muy inusual.

Con este nuevo cargo, Benavides se vio involucrado en las sucesivas campañas del ejercito real. Destacó ante el rey en varias batallas, levándose agradecimientos personales del monarca en batallas como las de Zaragoza y Brihuega, en el contexto de la Guerra de Sucesión. Pero el momento más importante de su relación con el rey fue sin duda en la batalla de Villaviciosa de Tajuña, en 1710. Al comienzo de la batalla, y estando alejado del pelotón que protegía a Felipe V, se dio cuenta de que el caballo del rey era el único blanco en el campo de batalla, lo que le convertía en una diana perfecta para los artilleros enemigos. Benavides cruzó el campo de batalla tan rápido como se lo permitió su propio corcel; al llegar junto al rey, viendo que no había un sustituto para la montura blanca, Benavides se lo cambió por el que él montaba. Como conscuencia, fue alcanzado por una granada enemiga. Si no llega a ser por la insistencia de Felipe V en buscarlo tras la batalla, habría fallecido allí mismo. Tan agradecido estuvo Felipe que, desde ese momento llamó padre a Don Antonio Benavides cuando generales y cortesanos estaban en frente. También le recompensó ascendiéndole y, tras firmar el tratado de Paz de Utrecht de 1714, otorgándole cargo de Gobernador y Capitán General de la Florida al que Benavides accedió en 1717.

Sería en este puesto donde Don Antonio de Benavides se ganó su lugar en la historia más allá de las anécdotas militares. Pues, si bien es cierto que era un inteligente capitán, su gestión de Florida iba a necesitar de sus dotes administrativas y de lealtad al proyecto imperial. Al llegar, el nuevo gobernador se encontró con la tarea de deshacer una trama de corrupción impuesta por su predecesor, Juan de Ayala Escobar, la cual Benavides acabó con justicia, castigando a los gestores corruptos y premiando a los que se ganaban su confianza y mostraban lealtad a la Corona.

De esta forma devolvió el orden a los controles aduaneros tan vitales para el Imperio. En el ámbito militar también tuvo una gran gestión con reto encontrado al estrenar el puesto.  Según llegó a Florida, se encontró también con una campaña de los nativos Apalaches instigada por la Corona Británica. Muchos fueron los daños producidos por los nativos, que llegaron a destruir el fuerte y la misión Franciscana de San Luis de Apapache. Sin embargo, el gobernador decidió ir casi en solitario a negociar la paz con las tribus, convenciéndoles de que no les valía la pena enfrentarse a una fuerza del tamaño del Imperio Español. Este movimiento, junto con la generosidad con la que donaba muchos de sus ingresos para ayudar a la población local, le ganaron el respeto y la veneración de las tribus nativas que abandonaron los ataques.

Viendo su gran éxito como gobernador, Felipe V y su sucesor, su hijo Felipe VI, le mantuvieron en Nueva España durante 30 años. Primero, por un periodo excepcional de 15 años, como gobernador de Florida. Luego como gobernador de Veracruz, ciudad con el puerto más importante de las Américas donde defendió las mercancías americanas de los corsarios ingleses. Y finalmente, como gobernador de la Provincia de Yucatán, donde también mantuvo a raya a los navíos británicos.

Abandonó América dejando un gran legado y fama como gobernador de los diferentes territorios que tuvo a su cargo y se fue a Manila para su último puesto al servicio de España. Tras ello, el monarca Felipe VI escuchó sus plegarias de volver a Canarias y le ofreció el puesto de gobernador de las islas. Sin embargo, Benavides finalmente dijo que no, alegando que estaba mayor, pues tenía ya 70 años. Finalmente, se retiró a su isla natal de Tenerife, donde donó las ganancias que había conseguido para renovar el hospital de Nuestra Señora de Los Desamparados en Santa Cruz de Tenerife y allí vivió tranquilo hasta los 83 años. En su lápida, lejos de destacar sus victorias militares, se resalta su fe como enfatiza el hecho de que fue enterrad con los ropeajes de la orden franciscana.